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EDITORIAL

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EDITORIAL

La Independencia en sus vestidos

  • 21 sept 2018
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 23 sept 2018

Por: Mathieu Branger

 

Este 15 de septiembre México gritará a una sola voz para celebrar su Independencia. De la misma manera hace más de 200 años, el cura de la parroquia de Dolores tocó las campanas de su iglesia y dando su histórico grito, despertó a toda una nación. Con ese gesto, Miguel Hidalgo se volvió un héroe y pasó a los libros de historia: su expresión determinada y su austera vestimenta negra, que constaba de una larga chaqueta, pantalón y botas, lo identifican en el imaginario nacional como el hombre que llamó a la insurrección.


Entre los héroes que acompañaron a Hidalgo, se destacó una mujer, Josefa Ortiz de Domínguez, una de las animadoras de la Conspiración de Querétaro. La llamada “Corregidora” pertenecía a la buena sociedad criolla, sin embargo, en nuestra memoria no luce los vestidos de seda y encaje propios de su rango. Ya que la gravedad de la época no llamaba a derroches, los numerosos retratos de Doña Josefa Ortiz de Domínguez la muestran vestida con severidad, con una sencilla blusa blanca, que debe de esconder un corsé, una falda larga con enaguas y los hombros cubiertos por un rebozo.



Es un hecho que la moda de 1810 había dejado atrás los ricos vestidos de las cortes de Madrid o de Versalles tan usadas a lo largo del siglo XVIII. Con la Revolución francesa y la abolición de los privilegios, se impuso la idea de igualdad entre los hombres, la cual se reflejaba en la adopción de una vestimenta sobria y menos rígida. Asimismo, Europa inició el siglo XIX en la tormenta de las guerras napoleónicas y para los hombres en particular, se generalizó una vestimenta inspirada en los uniformes militares. En sus retratos, Félix María Calleja, uno de los últimos virreyes, vestía chaquetas militares ricamente adornadas, con bordados dorados sobre fondo rojo para el cuello, las solapas y los puños, que remitían a sus cargos políticos, además de pantalones cortos con medias de seda, (el pantalón largo aún no estaba de moda), y un pañuelo en el cuello a manera de corbata. Ya no se usaban pelucas y preferían llevar el cabello corto, a la antigua.

Por su parte, las mujeres abandonaron los miriñaques (armazón circular de tela rígida) y las sedas más finas a favor de vestidos de corte imperio y de estilo clásico. Esos largos camisones blancos, ceñidos bajo el pecho, con un escote tipo barco, y en algunos casos mangas globo, se veían complementados con chalinas de última moda, que se podían comprar en los cajones de las calles de Plateros y de Tacuba, en la Ciudad de México.


Progresivamente, después de la Independencia, regresó el gusto por los vestidos más elaborados, con sedas y encajes, típicos de los retratos del siglo XIX. Mientras tanto, México, país nuevo, se dio a la tarea de inventar sus trajes típicos como los del Charro y la China Poblana, o las faldas y los rebozos bordados con símbolos patrios.

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