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EDITORIAL

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EDITORIAL

Tendencia que se reciclan, de no poderse creer

Actualizado: 10 feb 2020

Por Mathieu Branger


Con el inicio de una nueva década es preciso mirar atrás, hacia los otros años veinte, que más que un cambio en el calendario, marcaron de manera definitiva la entrada del mundo a la modernidad. Después de la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa o la Revolución Mexicana, los viejos poderes se desvanecieron y palabras como libertad y progreso, por algún momento, fueron lo más importante.


Al igual que en la actualidad, en aquellos años veinte, el mundo moderno era urbano e industrial. Nueva York, con sus rascacielos, fue el epicentro de los Roaring Twenties. Y es que, durante esa década, Estados Unidos conoció un desarrollo económico sin precedente y el país de la icónica Ford T fue el primero en abrazar lo que sería la sociedad de consumo. Coche individual, teléfono, radio o refrigeradores, fueron los primeros electrodomésticos que transformaron nuestra vida cotidiana.


En las grandes ciudades de Europa y América, todos querían dejar atrás los años de crisis, y los “locos años veinte” fueron años de fiestas increíbles, como las que describe El Gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald. Las noches se llenaron de los ritmos del jazz, Dixie Land, o de bailes como el charleston o el foxtrot. Las mujeres en particular supieron aprovechar esos tiempos de libertad, por lo que las Flappers de las películas de Hollywood, las Garçonne en París, las Modernas de Madrid, México o Buenos Aires, marcaron estos años con su estilo de vida emancipado. El cabello y las faldas cortas, el sombrero cloche, el no uso del corsé, mucho maquillaje, fumar, beber, bailar, sin importar el qué dirán, eran el sinónimo de una época disruptiva.

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En el arte, la moda y el diseño, los años veinte fueron un momento de increíble creatividad en el que todo parecía posible. En París, en los cabarets de Montmartre y Montparnasse, los artistas de vanguardia como Picasso o Giacometti, los escritores de la talla de Hemingway o Gertrude Stein, o los músicos famosos tocando jazz, inventaban el arte moderno. La pintora y diseñadora Sonia Delaunay, y su esposo Robert, hicieron de la vanguardia un estilo de vida. Con el simultaneísmo ella creó desde trajes de baño, hasta abrigos con grandes motivos geométricos coloridos, que enfatizaban el movimiento de la pareja en los salones de baile.


El Art déco y el arte de la Bauhaus son los estilos más representativos de los años veinte, ya que se proyectaron en: la arquitectura, el diseño gráfico o el diseño de interiores, mostrando así sus grandes formas geométricas, subrayadas por la luz eléctrica, la cual representaba tradición y modernidad (como en el interior del Palacio de Bellas Artes, por ejemplo). Mientras que los alumnos de Walter Gropius en la escuela de la Bauhaus, en Alemania, inventaban el diseño industrial funcionalista, con muebles de tubos de metal y colores básicos, sin ornamentos superfluos.


Interior del Palacio de Bellas Artes

Si bien los años veinte son una fuente inagotable de inspiración, los diseñadores de las próximas temporadas no ven a la silueta de las flappers o de Louise Brooks como una referencia inmediata. Más bien las tendencias del 2020 comparten cierto espíritu de elegancia y libertad con los veinte del siglo pasado. Virgil Abloh, con su sello Off-White y Louis Vuitton, quien anunció recientemente el fin de la hegemonía del streetwear, son una muestra de ello. La moda masculina regresa al traje más estructurado, con siluetas andróginas misteriosas. En la moda femenina, además de las aplicaciones y los bordados, la colaboración entre Dior y la gran artista Judy Chicago nos muestra que el ideal feminista de emancipación vuelve a ser un tema central también para los creadores. Así que esperemos que en las próximas semanas, mientras siguen las pasarelas Otoño/Invierno 2020-21, el loco y feliz espíritu de los veinte vuelva a conquistar el mundo de la moda.



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